//El salto del caballo de Artemisio

El salto del caballo de Artemisio

Entre 1928 y 1937, en el cabo de Artemisio, ubicado al norte de la isla de Eubea, en Grecia, se rescataron del fondo del mar diferentes partes de una escultura ecuestre hoy conocida como “El jinete de Artemisio”, una excepcional y valiosa obra que formó parte del rico cargamento de un barco que naufragó hace siglos frente a la costa.

Fue realizada en bronce y representa a un corcel galopando y saltando sobre un accidente del terreno. Lo monta un jinete cuyas proporciones hacen pensar que se trata de un niño o un adolescente menudo, quien se sostiene sobre el lomo sin silla ni cualquier otro artilugio. A pesar de su pequeño tamaño, da la impresión de estar firmemente asentado en el dorso, inclinando su torso hacia adelante para pegarse más al cuerpo de la bestia, pues ésta aparenta desplazarse con rapidez y violencia.

El cuerpo y el cuello del corcel son alargados, lo mismo que la cabeza, independientemente de que se está estirando para cubrir más terreno en su carrera. La crin es corta y enhiesta, la cola poco poblada y parece corta. Presenta el hocico abierto y los ollares dilatados, como corresponde a un equino que galopa. No hay evidencia de brida o correas, pero la posición del brazo izquierdo del jinete sugiere que alguna vez sostenía unas riendas.

Las cuencas de los ojos, tanto del corcel como del muchacho, hoy en día vacías, con toda seguridad albergaban piedras o pasta de vidrio imitando estos órganos.

Se estima que la escultura fue realizada entre los años 150 y 140 a. C. durante el periodo helenístico de Grecia, momento en que los broncistas griegos ya contaban con siglos de experiencia en que se buscaba una representación realista de los cuerpos, movimientos, emociones y actitudes.

Al no contar con datos específicos de la obra, se desconoce su función y destino; algunos expertos proponen que se trata de un exvoto ofrecido a los dioses por una persona de gran riqueza, para buscar el favor divino o agradecer algún don recibido. Su factura tuvo que ser muy costosa, no sólo por los materiales utilizados, sino por su tamaño (más de 2 m de altura y casi 4 m de longitud). Fue modelada en cera, después se fundió en partes que fueron unidas por soldadura, que solía ser una aleación de estaño, antimonio y plomo.

CARRERAS EN LA ANTIGUA GRECIA
Las carreras de caballos (donde un jinete monta al corcel), empezaron a figurar entre las competiciones de los juegos olímpicos a partir del año 648 a. C., y para el siguiente siglo ya formaban parte de los grandes juegos que se llevaban a cabo en otras ciudades de la Hélade: Nemea, Corinto y Delfos, así como en los Juegos Panatenaicos de Atenas. De acuerdo con el geógrafo e historiador Pausanias, en Olimpia existía un reglamento muy preciso que los regía, por lo que es probable que lo mismo sucediera en otras metrópolis.

Al igual que en las carreras de carros, se consideraba ganador no al auriga o al jinete, sino al dueño de los corceles, por lo que a lo largo de la historia también hubo mujeres declaradas como ganadoras en carreras ecuestres. En la antigua Grecia los ejemplares más apreciados eran los que se criaban en Argos, Beocia, Rodas y Tesalia.

El pequeño jinete de Artemisio porta sandalias y se sabe que, al menos en las carreras de Olimpia, tenían que participar descalzos. Tal vez la estatua retrate a un caballo durante su entrenamiento. Sin embargo, el hecho de que lo hubieran representado y de que exhiba una Niké (la personificación de la victoria) grabada en el muslo derecho, son indicios de su estatus y función: expertos proponen que era una marca común en los corceles dedicados a este tipo de justas.

Por otro lado, en esta actividad participaban frecuentemente adolescentes, pues eran fuertes para sostenerse sobre el caballo y para manejarlo, siendo a la vez ligeros, lo que les daba ventaja sobre los adultos. En las carreras hípicas de Corinto y de Nemea en las que los corceles recorrían a toda velocidad una distancia de unos 750 m, participaban niños, pues existía una categoría para ellos.

Cabe la posibilidad de que este rapaz se ciñera la corona del triunfo en alguno de aquellos grandes juegos panhelénicos, siendo ensalzado por los poetas de su tiempo, recompensado con generosidad por el dueño del corcel y admirado, incluso mantenido de por vida, por sus conciudadanos. Esas eran algunas de las muchas recompensas obtenidas por el jinete que superara la prueba en primer lugar, y todo parece indicar que los competidores (caballo y jinete) tuvieron que obtener una gran victoria para ser inmortalizados en esta maravillosa escultura, obra maestra del arte universal. Por desgracia, se ignoran sus nombres y el lugar donde alcanzaron la gloria.

EL SALTO
Uno de los rasgos más interesantes de esta pieza es la posición en la que fue representado el caballo. Algunos eruditos estiman que está galopando a gran velocidad, mientras que otros proponen que salta. Tiene una postura muy particular: apoya firmemente los cascos posteriores en el piso, mientras la parte delantera del cuerpo se eleva a cierta altura, manteniendo los miembros delanteros estirados.

Observando con atención todos los detalles, se deduce que se desplaza a galope, pero no saltando un obstáculo muy alto, ya que de ser así, al momento de iniciar el salto, apoyaría las patas traseras una junto a la otra (como las tiene la escultura), pero las anteriores quedarían dobladas y debajo del pecho del animal (tal y como las recogen al saltar). Cuando una de estas magníficas bestias galopa y se encuentra un accidente o un obstáculo a ras del suelo, se posiciona de la misma forma que el caballo de Artemisio para superarlo, dando un salto horizontal y de longitud, y no vertical y de altura.

Si se pone atención en obras artísticas en las que se retratan equinos, esta misma posición aparece constantemente a través de siglos y milenios. Ya se trate de pinturas, dibujos, murales, esculturas, relieves y mosaicos; sea en Egipto, China, Asiria, Persia, Grecia, Roma, Bizancio y la India; sea que tiren de carros o sean montados por jinetes; ya se trate de hititas, partos, celtas, árabes, tibetanos y japoneses, esta particular colocación del cuerpo y las patas es sempiterna.

Evidentemente, a varias culturas antiguas esta imagen de los equinos les pareció muy estética y muy representativa de su brío, nobleza y poderío, por lo que dicha fórmula se seguiría repitiendo en el arte occidental medieval y moderno. A pesar de ello, incluso al supuesto dinamismo plasmado en todas esas figuras, los caballos parecen estáticos, como si posaran quietos para el artista.

Esta posición, aunque real, se convirtió en una convención estética repetida hasta el cansancio, un mero convencionalismo por todos entendido para representar su enérgico movimiento. Es digno de mención que, a partir del estudio científico del caballo iniciado con verdadero rigor en el siglo XIX, es raro encontrar dicho formulismo en su representación artística.

La época en la que fue creado El jinete de Artemisio y la etapa que le siguió, fueron convulsas para Grecia por la expansión bélica de Roma, por lo que es posible que esos acontecimientos hayan propiciado el hundimiento de la nave que la llevaba a algún templo heleno. Y cabe la posibilidad de que el barco zozobrara debido a una tormenta. Sólo el chico representado o las antiguas deidades marinas griegas podrían decir con exactitud lo que pasó. La maravilla del caso es que este extraordinario caballo saltó de un mundo antiguo a uno nuevo, superando más de dos mil años de historia y arte.

MVZ Luis Fernando De Juan Guzmán. Departamento de Medicina, Cirugía y Zootecnia para Pequeñas Especies. Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia. UNAM