La Primera Guerra Mundial ha sido el conflicto bélico más sangriento que haya sufrido la humanidad; los conteos más acertados estiman alrededor de treinta millones de bajas entre combatientes, civiles y desaparecidos, lo cual se traduce en casi un cinco por ciento de la población mundial durante la década de 1910 a 1919. Son números sobrecogedores, fruto no sólo de las artes bélicas tradicionales, sino también de la adaptación de las nuevas tecnologías y conocimientos que surgieron durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX.
Nuevas máquinas, químicos, indumentaria, materiales y armas, sustituyeron a herramientas y tradiciones que habían gobernado los campos de batalla durante los siglos anteriores, lo que trajo consigo nuevos conceptos y percepciones sobre la guerra, su aplicación e influencia. Es por ello que también se considera como una etapa de transición en la evolución de los conflictos armados.
Caballos bélicos
Una de las principales creencias en torno a esta guerra es que dejó de lado a los cuerpos de caballería como protagonistas principales de las batallas, un papel que habían ostentado desde la Edad Media.
Si bien es cierto que las unidades de caballería eran elementos ofensivos básicos de toda fuerza militar, conforme avanzaba la guerra quedó de manifiesto la vulnerabilidad de los caballos frente a las ametralladoras y el fuego de artillería. Si sumamos a eso el desarrollo paralelo de tanques y vehículos blindados que terminaron por reemplazarlos en las tácticas de choque, resulta obvio que perdieran presencia entre los combatientes. A pesar de que la percepción hacia los caballos en la guerra se modificó, siguieron desempeñando un rol menos protagónico pero muy importante.
En 1914, todos los beligerantes hicieron grandes inversiones en preparar sus cuerpos de caballería: 40 % del ejército imperial austrohúngaro estaba compuesto por húsares y cuerpos de caballería pesada, mientras un 30 % del presupuesto británico para la guerra se utilizó en preparar respectivas brigadas provenientes de África, Oceanía y del subcontinente Indio; casos similares se dieron con el Imperio otomano, el alemán, Rusia, Francia y otros, lo que nos habla de la importancia del caballo en las doctrinas militares de principios del siglo pasado.
Es falsa la idea de que la Primera Guerra Mundial se peleó sin caballos debido a las trincheras. En algunos frentes eran empleados para tareas de transporte y mensajería, pero en muchos otros puntos fueron decisivos en el desarrollo de las batallas.
Un caso bastante famoso es la intervención de Lawrence de Arabia (sir Thomas Edward Lawrence) al sublevar a las tribus árabes y bereberes contra el Imperio otomano, pueblos cuya principal arma era la caballería ligera de hostigamiento. Incluso, en puntos estratégicos, la caballería proporcionó la velocidad necesaria para conquistar y ocuparlos.
Las primeras batallas no se diferenciaron mucho de la guerra tradicional: grandes contingentes de hombres alineados unos frente a otros, luchaban por obtener el dominio del campo enemigo. En estos casos la caballería intervenía o como cuerpo de choque para romper la línea principal de ataque enemigo (tarea complicada llevada a cabo después de horas o días de combate de infantería, ya que se buscaba debilitar lo suficiente al enemigo), o como apoyo de reserva, donde sólo intervenía cuando era enviada a reforzar algún punto que se veía debilitado. Dichas tareas, que adoptaron los cuerpos de caballería desde las guerras napoleónicas, eran hasta cierto punto limitadas.
Pero muchos generales, al ser provenientes de este tipo de cuerpos, siempre buscaron darle protagonismo a su alma mater. Se sabe que algunos de los primeros enfrentamientos a gran escala se dieron sólo con equinos o al menos de un sólo lado. Inclusive otros militares (como británicos y franceses), intentaron tomar pueblos utilizando caballería, dejando la ocupación y resguardo a la infantería.
Segunda parte… AQUÍ
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