La relación entre el padre del Islam y uno de sus animales, a pesar de oscilar entre la fábula y el misticismo, es una historia que ilustra el vínculo afectivo entre los seres humanos y los equinos.
Algunas noches, en las que los beduinos se reúnen alrededor de una hoguera para recordar antiguas historias, fantásticos relatos o heroicos sucesos del pasado, los narradores recuerdan a Yafur, el burro favorito del profeta Mahoma (570-632), haciendo que su audiencia se estremezca de emoción y cariño al recordar a aquel maravilloso y fiel asno.
Se cuenta pues, que Yafur había nacido en el valle del Nilo y que en el año 628 fue enviado como un especialísimo regalo al Profeta, por parte de Al Muqawqis, el gobernador bizantino de Egipto, una tierra famosa desde la Antigüedad por sus magníficos pollinos.
El obsequio era espléndido, en verdad digno de un rey, pues aquel animal era excepcionalmente hermoso y bien proporcionado. Además no llegó solo, pues lo acompañaban cuatro bellas esclavas custodiadas por un eunuco, una preciosa mula, un soberbio caballo, mil monedas de oro y varios suntuosos objetos fabricados en el País del Nilo.
A quien las crónicas árabes llaman Al Muqawqis, puede ser identificado como Ciro, el patriarca de Alejandría, o bien como Benjamín I, patriarca de San Marcos, los estudiosos occidentales no se ponen de acuerdo a este respecto. Sin embargo, este personaje respondía con estos regios presentes a una carta enviada por el Profeta para que se convirtiera al Islam.
Entre las esclavas enviadas por Al Muqawqis estaban dos muchachas coptas llamadas Mariyah y Shirin. Ambas eran muy bellas, pero la primera tenía una gracia y un porte excepcionales, por lo que Mahoma la hizo su concubina. Se le conoció como Mariyah Al Qibtiya y le dio al Profeta un encantador hijo al que llamaron Ibrahim, quien por desgracia murió siendo todavía un niño.
Pero el extraordinario burro también captó la atención del profeta, pues era una bestia sin par entre las de su especie, poderoso, majestuoso e imponente. El color de su pelaje era claro, como el de la arena más fina del desierto. Su fuerte lomo bien podría haber sido el esplendoroso trono de un monarca y se cuenta que Mahoma lo utilizó como montura durante sus últimos años de vida, pues su paso era muy seguro, equilibrado y suave.
Animales que hablan
Se cuenta que aquel equino era verdaderamente fabuloso, ya que poseía el don del habla y que el Profeta, intuyendo su fantástica cualidad, le preguntó cuál era su nombre, a lo que el maravilloso animal contestó: Yazid ibn Shihab. Es interesante destacar que ibn significa “descendiente de”, y con ello indicaba que era hijo de Shihab. Es maravilloso notar que la historia hace referencia a que también entre las nobles bestias se sigue un linaje tal y como se hacía en esa época ancestral.
Sin embargo, Mahoma decidió llamarlo simplemente Yafur. La razón de ello se debió a que el noble asno le confió al Profeta que anteriormente había pertenecido a un judío al que sin querer había hecho tropezar y caer. En consecuencia el hombre, molesto con esas acciones, azotaba al indefenso pollino en su lomo, golpeaba su vientre y lo dejaba sin comer. Mahoma, dentro de su inagotable sabiduría se dio cuenta de que una manera de brindarle una vida nueva a su lado era dejando el pasado atrás y cambiando su nombre a Yafur.
Un asno proveniente de una noble estirpe
Como en un cuento tomado de esa milenaria y atemporal obra titulada Las Mil y Una Noches, Yafur se encargó de explicarle su origen a Mahoma. Le contó al Profeta que descendía de una larga y noble estirpe de asnos que habían llevado sobre sus lomos a varios profetas. De hecho, él era el último de nada menos que de 60 generaciones de asnos que habían desempeñado esa loable tarea y que al ser Mahoma el último de los profetas, Alá − ¡Loado sea!− lo había destinado a su servicio, pues nadie jamás lo había cabalgado antes.
Por ello el muy esperado encuentro hacía muy feliz a aquella enigmática bestia, la cual, dada su inusual aptitud, también se convirtió en el mensajero especial de su bien amado amo. Se cuenta que además de servir como medio de transporte del Profeta, lo enviaba a la casa de la persona que deseaba visitar y lo que el pollino hacía era llamar a la puerta utilizando su cabeza. Al hacer su aparición el dueño de la casa, el pequeño equino le indicaba que fuera a ver a Mahoma.
Asnos ligados a lo divino
Pero no sólo este équido tenía un origen especial y estaba relacionado con personajes divinos. En esa charla entre la noble bestia y el Profeta, Yafur le dijo también que entre sus antepasados se encontraba aquel pollino al que iba montado Jesús de Nazaret cuando entró triunfalmente a Jerusalén. Este hecho lo describieron San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan en sus respectivos Evangelios y todo sucedió tal y como lo profetizó mucho tiempo antes el profeta Zacarías: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí que viene a ti tu Rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino hijo de asna”. (Libro de Zacarías 9,9).
Se dice que Yafur también le dijo al profeta Mahoma, que aquel burro que montó el Nazareno respondía al mismo nombre de él: Yafur. Asimismo, le aseguró que entre sus parientes estaba la burra de Balaam, un fiel animal que salvó la vida de su amo y que también tenía el don de la palabra: “(…) ¿qué te he hecho yo, para que me hayas azotado ya tres veces?” (Números, 22,28). Versículos adelante, el ángel le dice a Balaam: “La burra me vio y se desvió inmediatamente de mi presencia estas tres veces. Si no se hubiera desviado de mí, a ti te hubiera matado y a ella la hubiera dejado con vida”. Esta asna, junto con la serpiente que engañó a Eva en el jardín del Edén, son únicos animales que hablan en toda la Biblia.
Además, agregó que el asno que montó el sumo sacerdote Esdras al regresar éste del cautiverio de Babilonia a Jerusalén, durante el mandato del Rey de Reyes de Persia, Artajerjes I (del año 465 al 424 a. de C.), pertenecía a ese mismo linaje de burros consagrados a trabajar para los elegidos de Dios.
Mahoma y los animales
El profeta Mahoma amaba toda la creación y muy especialmente a los animales, porque él sabía que ellos estaban indefensos ante el ser humano, tanto así era su consideración ante las vulnerables criaturas que incluso le desagradaba que los pájaros fueran confinados a jaulas, pues Alá, en su inconmensurable sabiduría los había creado libres.
Al momento de morir, en el año 632, Mahoma había vivido una existencia magra y austera. Poseía muy pocos bienes y entre ellos estaban sus muy queridos animales: 22 caballos, 25 camellas, 100 ovejas, dos burros, cinco mulas, varias cabras y algunos de sus amadísimos gatos.
Pero a hubo una de esas criaturas que padeció tremendamente ante la partida del profeta. Un inmenso desconsuelo abatió al noble asno Yafur. Lleno de dolor por la pérdida de su adorado dueño se dice que se dirigió a un pozo que era propiedad de Abu Al-Haytham Ibn Al-Tahyan y se dejó caer en sus profundidades, de esta manera también él abandonó este plano material para gozar eternamente del Paraíso al lado del Profeta.
Aunque hay quienes no aceptan ninguna de estas historias por considerarlas fuera de toda realidad o por carecer de un sustento histórico formal, siempre es grato recordar junto a una fogata y bajo el cielo nocturno cuajado de estrellas, algunas historias de nuestros nobles ancestros, antiguas y bellas narraciones que se pierden en un mundo en donde la realidad y la fantasía se confunden maravillosamente.
¡Que las bendiciones y la paz de Alá sean con el profeta Mahoma y con su querido burro Yafur!
¡Gloria a Alá, el Omnipotente!