Una de estas costumbres determinó la forma de montar de los “hombres de armas” a la usanza del centro y norte de Europa, los cuales desarrollaron lo que más tarde fue el arte de montar a la brida. Los caballeros u hombres de armas de la Edad Media eran los que constituían las fuerzas del rey o de los grandes señores feudales del interior de la Península Ibérica.
Por otra parte, podríamos situar como precursores de la jineta a los númidas, cuya caballería ofreció resistencia a las legiones romanas en sus luchas en la Berbería. No obstante, el antecedente más directo que tradicionalmente se señala de la monta a la jineta es la denominada de la estradiota, que deriva de la palabra griega con que se designaba al soldado mercenario a caballo procedente de Albania.
Tanto su profesionalización en el arte de la guerra como su origen hacen pensar en una monta ágil y desenvuelta, en caballo domado de pronta respuesta, características tales de la monta que conocemos como la jineta.
Asimismo, la monta llamada a la estradiota nos viene definida en el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (1732) como una “especie o manera de andar a caballo con estribos largos, tendidas las piernas (¡de qué otra manera si no!), las sillas con borrenes, donde encajan los muslos, y los frenos de los caballos con las camas largas”.
Curiosamente en la mayor parte de diccionarios y textos, la monta a la jineta nos viene definida como el “modo de andar a caballo recogidas las piernas en los estribos” y dobladas, lo cual entra en contradicción con la primera idea que apuntábamos.
El Marqués de Bóveda de Limia, en una muy lograda introducción al panorama histórico de la equitación que “había sometido al caballo a una doma que, en general, le quitase la iniciativa al animal y no se produjeran paradas por sorpresa, ni arrancadas bruscas no mandadas por el jinete y prevenidas con un movimiento de su cuerpo que lo situase en la línea de empuje conveniente”; tal definición, cuadra según se mire, tanto con la brida como con la jineta pues siempre un mejor control del caballo proporciona una mayor eficacia en el combate, y, tanto la brida –sobre todo en aquella época- como la jineta, exigían un control estricto del caballo. El caballero que combate protegido por una pesada armadura, preocupado por mantener una cohesión en la formación, no puede permitir nada más que una obediencia ciega al caballo; también el jinete, que debe ser rápido, certero, saber atacar en el punto preciso, replegarse a tiempo y novel a atacar de nuevo si hace falta, precisa una obediencia ciega de su caballo.
La brida y la jineta
Veamos entonces cuáles pueden ser las diferencias entre la brida y la jineta, ya que, aunque los libros y tratados hablan de ello como cosa sabida y no se entretienen en definirlos, la tarea es ardua y compleja puesto que no hay un acuerdo textual en sus caracterizaciones.
1- El primer elemento conflictivo de estas definiciones estriba en la utilización del tipo de silla; al respecto, nos encontramos con dos cuestiones: en primer lugar, la utilización de las sillas rasas o bajas, o de las sillas con borrenes más o menos pronunciadas, y, en segundo lugar, está el problema de la longitud de los estribos y la posición del jinete. Los textos y diccionarios tienden a apuntar que la brida puede utilizar silla de borrenes o rasa, indistintamente, y puntualizan en la posición vertical del caballero con las piernas estiradas.
Es de lógica suponer que al caballero, provisto como hemos visto de su armadura, le sería difícil mantener una posición de pierna doblada ya que con el peso de su impedimenta cualquier movimiento en falso de su caballo lo conduciría a un desequilibrio de consecuencias irreparables en medio de un combate o de una carga. Por el contrario, si colocamos a dicho caballero en una posición lo más vertical posible, favoreceremos obviamente su punto de equilibrio. La cuestión de la silla puede, en cierto modo, también colaborar al equilibrio del caballero en su caballo ya que unos altos borrenes le recogerán en su armadura, ofreciéndole una mayor seguridad en su asiento, si bien el problema estará entonces en subir a su montura, pero al respecto son conocidos los artilugios y poleas que alzaban en el aire al caballero y le introducían así sobre su montura.
Por lo que respecta a la jineta, aunque se precisa en los textos el hecho de que el jinete lleva las piernas dobladas, no siempre se cita la caracterización de la silla. No obstante, la determinación de esta presenta menos conflictos que en el caso anterior; de influencia árabe, la silla de la jineta tiene los borrenes más altos y los delanteros se prolongan hacia abajo por el faldón para sujetar así los muslos y rodilla y evitar el inconveniente que pudiera resultar, montando relativamente corto, de que al echar el cuerpo hacia atrás se subieran las piernas y se saliera el jinete de la silla.
2- El segundo elemento conflictivo es la descripción de los frenos. Los textos de los siglos XVI y XVII tratan muy detenidamente de ellos. Ambas montas utilizan el bocado, pero con diferencias, ya que los usados para la brida eran más bien suaves, casi sin desveno y de cañón grueso, mientras que para la jineta solían ser con desvenos pronunciados y más fuertes.
3- El tercer elemento diferenciador entre las dos montas es la espuela. En la brida, la espuela se utilizaba como ayuda; el caballero para conducir su caballo con las armaduras de acero cubriendo a ambos, precisaba ir largo de estribos a fin de poder tocar al caballo con las espuelas, por lo cual las necesitaba largas y terminadas muchas veces en punta como es el caso del acicate. Por su parte el jinete empleaba las espuelas más como castigo, viniendo de aquí la costumbre de lo que se ha denominado “correr las espuelas”, y, evidentemente, como consecuencia, algunas de las utilizadas en la brida no parecen aquí muy apropiadas.
Finalmente, nos referiremos a la forma de los estribos que acostumbraban a ser bastante diferentes de una técnica a la otra. La jineta tiende a utilizar estribos de base ancha en los que descansa todo el pie, y con los bordes en punta que a su vez refuerzan la acción de las espuelas o las sustituyen.
Por su parte los estribos de la brida son semejantes a los actuales, con menos ornamentos.
Lo más definitorio para la descripción de ambas montas es su utilización en la época como formas de combatir, tal como se puede observar en las crónicas, romanzas y ordenanzas militares, así como en otros textos, tal como ya perfilábamos anteriormente.
De este modo en los siglos XV y XVI nos encontramos en la Reconquista con la “caballería a la jineta” técnica introducida por los árabes y que fue también nuestro modo de lucha en Andalucía; esta caballería combatía dispersa, en orden abierto y con gran movilidad, hostigando al enemigo por todas partes para encontrar su punto débil y poder irrumpir rápidamente por él para vencerlo. Los combatientes a la jineta no llevaban más arma defensiva que un ligero escudo con el que debían parar el golpe del enemigo, de cualquier lado que fuese. Si caía su caballo no llevaban otro de repuesto por lo cual tenían que adiestrar rápidamente al primero que pudieran conseguir. Como armas ofensivas no llevaban más que lanzas ligeras, armamento que fue evolucionando con el avance tecnológico.
Los caballos para la monta a la jineta eran pequeños, ágiles y nerviosos, prontos a pararse, revolverse y sortear todo tipo de terrenos.
Por el contrario, los “hombres de armas” o caballeros a la usanza de la brida, obraban por masa, cohesión y fortaleza; iban en formaciones sólidas y compactas, hombres y caballos cubiertos de hierro, tal como ya hemos descrito. La brida necesitaba caballos de gran alzada, anchos y fuertes, aptos para grandes pesos, sobre todo en los primeros tiempos, su temperamento tenía que ser tranquilo para no excitarse con el contacto con otros caballos y con el estrépito de los aceros. Estos cuerpos militares estaban establecidos en el interior de la Península formando parte del ejército real o de los grandes señores.