Se dice que al inicio de dicha campaña se dio un suceso que sería tomado como un mal presagio que pronosticaba la ya cercana pérdida de poder de Napoleón. Resulta que su corcel llamado Friedland se asustó tanto al paso de una liebre, que se encabritó y tiró a su jinete.
El funesto augurio no tardaría en materializarse. El 18 de junio de 1915, apenas un año después de que iniciara la invasión de Rusia, el dirigente francés sufrió una aplastante derrota en Waterloo. Las fuerzas napoleónicas contaban con 15.000 jinetes, mientras que el enemigo movilizó 17.000 hombres a caballo. Dos tercios de esas bestias habían muerto al finalizar el día.
Entre los oponentes de Napoleón estaban los Royal Scots Greys de Inglaterra, quienes antes de iniciar la carga retiraron el freno de cada uno de sus animales y al momento del ataque, los corceles desbocados, en una pavorosa e imparable estampida, se precipitaron contra los franceses que no pudieron soportar tan colosal empuje. Napoleón se refirió a ellos como “esos infernales caballos grises…”.
Pero eso no fue todo, para humillar aún más al otrora magistral soldado, durante el caos del combate, su querido Marengo fue capturado por los ingleses y fue llevado a la Gran Bretaña, para nunca más volver, pues murió allá a la edad de 38 años.
Una vez derrotado, Bonaparte fue desterrado a la isla de Santa Elena, a donde sólo lo acompañaba un caballo: Vizir, otro de sus más conocidos corceles, regalo del sultán otomano Selim III. No obstante, le prohibieron montarlo, por lo que Napoleón replicaba con furia que no era posible dicha restricción cuando él había recorrido a caballo toda Europa. Y tenía razón.
En retrospectiva, de las batallas más importantes en la vida de Bonaparte una fue la de Marengo, en la que su inesperada victoria constituyó su primer paso en la vertiginosa carrera que lo llevaría al poder absoluto; y la de Waterloo, en la que se apagó definitivamente la estrella que lo había guiado a la gloria, y resulta muy significativo para la historia del vínculo del hombre y el caballo, que tanto en el triunfo como en el fracaso, su querido y fiel Marengo lo acompañó.