Si alguien busca el origen del arte de montar a caballo, podrá notar que el pueblo escita fue uno de los precursores en esta práctica. Proveniente de la cuesta del Volga, asentado en el sur de Rusia, entre las riberas de los mares Negro y Azor, el pueblo escita se dedicó a someter a las ciudades de Olbia, Tiras y Teodosia, colonias comerciales griegas establecidas en la orilla septentrional del mar Negro. Los habitantes de estas ciudades llamaban Escitia a estos inmensos territorios dominados por los nómadas y, por consecuencia, comenzaron a llamar “escitas” a los jinetes de la estepa.
Huella histórica del caballo
¿Dónde y cuándo el hombre domesticó al caballo? Los antropólogos y arqueólogos, por diversas investigaciones y vestigios de alfarería encontrados, fijan alrededor del año 3200 antes de Cristo como la fecha más probable de su domesticación. Siempre se ha ligado a la historia de los pueblos nómadas, pues gracias al uso del caballo pudieron practicar el pastoreo en esa inmensidad de estepas, en ocasiones fértiles, en otras semidesérticas o desérticas propiamente, como el Gobi, donde las fronteras se perdían en el infinito y lindaban con la bóveda celeste y en donde el hombre tenía que explorar territorios para garantizar sus cosechas.
Todo esto ocurrió durante la prehistoria, pero de lo que no nos cabe la menor duda es dónde ocurrió: en los 5500 kilómetros de estepa que cruzan el continente euroasiático de Hungría a Manchuria, abarcando propiamente dos continentes.
El hecho de montar significó toda una revolución social en su momento que cambió y condicionó las estructuras socioeconómicas de estos pueblos. Por ello la monta, y más que ésta, el estudio mismo del caballo como tal, surge en la medida que este valioso animal llega a los pueblos, como sucedió con los legendarios hititas, asentados en la meseta de Anatolia, para hacer su aparición en la historia con los primeros testimonios escritos de Kikkuli.
Los primeros escritos acuñados sobre la importancia del caballo para el hombre son hijos de la necesidad de adentrarse en su conocimiento y manejo. El hombre, como lo apuntara Heródoto, al subirse a un caballo nunca volvió a ser el mismo. Desde tiempos remotos intuyó que este regalo de los dioses definitivamente modificaría su forma de vivir, no sólo de los pueblos de la estepa, sino de las tradicionales culturas lacustres y pluviales. Estas últimas, no obstante, no estaban familiarizadas con el uso del caballo, y fueron precisamente los hititas quienes lo introdujeron a todos los pueblos del “creciente fértil”.
Caballo en la guerra y como fuerza motriz
En un principio, estos escritos sobre los equinos no apuntaban en dirección del gusto por la doma, sino giraban alrededor de su uso adecuado y funcional en el arte de la guerra, condición a la que llegaron una vez que dominaron el uso de la rueda. Con ella encontraron en el caballo la fuerza motriz que daría vida a los carros de guerra, que serían el azote de Egipto, primero, y después de toda la Mesopotamia y Persia, donde los simbólicos caballos alados formaron parte de los grandes muros de sus palacios y fortalezas. Así, el caballo primero fue fuerza motriz y posteriormente, con la proliferación y popularización de la monta, se convirtió en vehículo en sí mismo.
Lo que es indudable es el hecho de que este animal, desde un principio, estuvo ligado al avituallamiento para la ofensiva. Hay aquí un dato histórico que conviene señalar: cuando los pueblos de la Mesopotamia, y posteriormente los persas, crearon sus pesados carros de ruedas sólidas, utilizaron a los onagros (raza de asno salvaje endémico de la región), dejando al caballo fuera de este tipo de actividades.
No obstante, el caballo destaca más como elemento de fuerza y vigor tirando al carro de guerra, no como parte del binomio jinete-caballo que se desarrollaría siglos más tarde, sino como un auxiliar en este tipo de tareas. Con el devenir de los tiempos, fue el ingenio griego el que sin lugar a dudas supo aprovechar la experiencia de los hititas. Fueron ellos quienes sentaron las bases de un estudio serio, metodológicamente acotado, de lo que hoy conocemos como la disciplina de la equitación.
Sus precursores, Simón de Atenas y Jenofonte, fueron los más acuciosos investigadores del caballo, dándole la debida importancia a la relación y simbiosis entre equino y jinete, legando así sus conocimientos a todos los confines de ese vasto territorio que, después, se extendió hasta los legendarios imperios persa y romano.
Apreciación y estudio
Si bien aunque en la época romana es cuando se sientan las bases del estudio y apreciación de la doma, siguen predominando, como espectáculo favorito, las carreras de carros de guerra en el celebérrimo circo romano. Está claro que en los primeros siglos de la relación del hombre con esta especie predomina preferentemente el uso utilitario del equino tirando del carro de guerra. La caballería como arma táctica llega durante las Cruzadas y a finales de la Edad Media, durante las guerras napoleónicas a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. No hay que olvidar que fueron estos intrépidos jinetes de la estepa y sus descendientes quienes hicieron declinar al Imperio romano de Occidente, precisamente a lomo de sus caballos.
En una segunda etapa, si queremos ser estrictos en asuntos cronológicos, podemos hablar de la historia de la equitación durante la Edad Media, lapso donde vuelven a hacer su aparición los pueblos de las estepas, en especial los sármatas, los hunos y los cosacos. En esta época la monta era simplemente monta, no existía la idea de una equitación técnica, por lo que no evolucionó de la misma manera que en la época clásica y se vio sumida en los vaivenes que caracterizaron a estos diez siglos.
Sin embargo, hubo avances de otro tipo, no generalizados debido al estado constante de guerra, pero sí relevantes, pues surge la caballería andante. Atila deja en las llanuras de Hungría importantes manadas de caballos; llegan hasta las mismas puertas de Polonia las huestes de Gengis Khan; se inician las Cruzadas, en las que el caballo juega un papel protagónico; Carlomagno se afianza el sacro Imperio romano germánico y los musulmanes introducen a través de la península ibérica sus caballos y su peculiar monta a “la jineta”.
Refinamiento en el deporte ecuestre
A partir del siglo XVI, con la llegada del Renacimiento, los viajes de circunnavegación y el descubrimiento de América, el caballo cobra otra relevancia social y militar en el mundo. Cuando Colón, Cortés y Pizarro, después de sesenta millones de años introducen de nuevo al caballo en América, el fortalecimiento de los grandes imperios regresa a la alta sociedad europea, junto con el refinamiento y los buenos modales, el gusto por la equitación y en especial, el gusto por el arte ecuestre, que impulsan y de hecho crean los grandes jinetes y maestros por añadidura, como Grisone, Pignatelli, de la Broue, Pluvinel, Newcastle y de la Guérinière, entre los más relevantes.
Aunque nunca fue regla que un gran jinete se convirtiera en maestro y dejara escuela, aquí habría que agregar el don de la enseñanza y la dedicación para dejar, casi todos ellos, un testimonio escrito del conocimiento y cualidades que debe tener el caballo con el fin de utilizarlas favorablemente en su educación.
Los antecedentes que marcaron esa época trascendieron hasta nuestros días, pues se empezó a tecnificar la práctica y se inició una cultura caballista más fuerte, donde el caballo no sólo es un instrumento, sino un compañero de práctica.