Desde los más básicos o humildes materiales, hasta las guarniciones más ricamente elaboradas, las sillas de montar han ocupado un lugar preponderante casi desde la domesticación del caballo, primero buscando resaltar y dar confort al jinete, según su actividad, pero más tarde brindando también comodidad al noble animal que lo lleva a cuestas.
La mayoría de los expertos coinciden en que el caballo se domesticó entre el 3000 y el 3500 a. C. en las estepas euroasiáticas y que fueron los escitas, un antiguo pueblo nómada, quienes llevaron a cabo la difícil tarea de amansar a un animal tan fuerte y agresivo.
En un principio, estas veleidosas bestias fueron utilizadas para la carga y para el tiro, pues eran pequeñas y además muy irascibles para ser montadas. Sin embargo, gracias a la selección realizada por los seres humanos, que dio como resultado corceles de mayor alzada, así como la experiencia que el hombre adquirió para manejar a estos belicosos animales, el caballo fue montado por primera vez alrededor del 1500 a. C.
Probablemente fue en las estepas de Asia Central en donde empezó a ser montado, pues ahí mismo había sido domesticado. No obstante, las representaciones artísticas más antiguas de hombres montando caballos provienen de Egipto y de Grecia y datan del siglo XIV a. C. En ellas, los jinetes cabalgan directamente sobre el dorso de los corceles.
La primera silla
Proponen los expertos que la silla de montar propiamente dicha, con un armazón de madera, más cómoda y que daba mayor seguridad al jinete, hizo su aparición hasta el s. IV. Sin embargo, entre las piezas que componen el tesoro del Oxus, descubierto en Tayikistán, existe un relieve en oro en el que se representa a un noble persa cazando leones. El personaje dispara el arco desde su caballo y va sentado en una montura que cuenta con borrenes muy elevados (tanto el trasero como el delantero), lo que le brinda un mejor equilibrio y una mayor seguridad durante la carrera y mientras sus manos están ocupadas lanzando flechas. Esta interesante pieza data de la época Aqueménida, que se desarrolló entre el 550 y el 330 a. C., lo que demuestra la rápida evolución que en algunas regiones de Asia tuvo este aditamento.
Con la silla de montar ya desarrollada, junto con el resto de las guarniciones, los guerreros podían sostenerse mejor y manejar eficazmente a sus cabalgaduras, evitando a los palafreneros que en la Antigüedad se requerían para conducir al animal durante el combate, tal y como se aprecia en los relieves asirios del s. IX a. C.
Muchos fueron los pueblos que las desarrollaron con estilos propios y diseñadas para ser más funcionales para llevar a cabo sus actividades. Las monturas que se pueden ver en las maravillosas esculturas de caballos realizadas durante la dinastía Tang (618-907), no dejan lugar a duda no sólo de la habilidad de los artistas que las elaboraron, sino también del adelanto que los chinos tenían en todo lo referente a las sillas y demás guarniciones usadas en estos animales.
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