//Cabalgatas, una tradición que se vive en familia

Cabalgatas, una tradición que se vive en familia

Sin lugar a dudas diciembre es una buena época para evocar recuerdos entrañables, y por eso es inevitable que venga a mi memoria cuando nosotros, la familia Guinchard Aldasoro, empezamos a realizar cabalgatas. Inicialmente fue con mi hijo Enrique, justo cuando ya podía salir solo montando a su caballo, cuando él tendría unos siete u ocho años.

Sin embargo, cabe aclarar que ya desde muy pequeños montaban a caballo conmigo; en el caso de Enrique, cuando tendría un año de edad, mientras que con Camelín fue más temprano, cerca de los ocho meses, y con José Francisco mucho antes, cuando apenas tenía cuatro o cinco semanas de vida. Es por eso que no me sorprende que sigan montando con tanto gusto y, sobre todo, que lo hagan tan bien.

Las primeras cabalgatas nunca se olvidan
Pero volviendo a aquella primera vez, fue cuando salimos en Semana Santa, en marzo o abril de 1986, la recordamos porque cabalgamos cerca del rancho unas cuatro o seis horas, donde constatamos que mi hijo ya manejaba con completo domino y seguridad al caballo, por lo que planeamos hacer una cabalgata mayor para las vacaciones de verano de 1989, justo a la hacienda de Venta de Cruz, donde en ese entonces estaban filmando la cinta Gringo Viejo.

Y después de mucho planear así lo hicimos: cabalgamos unas cuatro o cinco horas para llegar a la hacienda de Joaquín Lascurain, lo cual valió muchísimo la pena, ya que tuvimos la suerte de conocer en persona a Jane Fonda y a Gregory Peck, protagonistas de la citada película. Algo que recuerdo bien es que ahí Enrique se lució montando a caballo, tanto así que me pidieron que se quedara a participar en el rodaje, cosa difícil de hacer, ya que cursaba los primeros años de la primaria: para mi esposa y para mí primero está la educación que la fama y el dinero.

Después de esa primera y memorable experiencia, las cabalgatas siguieron. Años después montaban mis tres hijos: Enrique en su Chinaco, Camelín en La Coronela, y José Francisco en El Lancero, y así salíamos sus orgullos padres a cabalgar en los alrededores de la hacienda. Las vacaciones y días de descanso eran las mejores fechas para poder realizar esta actividad. Por ejemplo, hicimos varias cabalgatas en Semana Santa, en las que se nos unieron los Enciso Torres y los Cortés Blancas, con quienes participamos en una infinidad de trayectos, allá por las tierras hidalguenses de las haciendas pulqueras del municipio de Zempoala.

Pero además visitábamos frecuentemente otras haciendas del rumbo, como Tecajete, Santa Rita, Tzontecomate, Casa Grande, Pueblilla, Tepechichilco y Montecillos. Algo muy bonito es que conforme crecieron nuestros hijos nunca abandonaron este gusto, incluso después se agregaron algunos amigos de José, siendo Santiago García Pasquel, con quien más convivimos, debido a su gran amor por el caballo, que además tuvo uno en el rancho, por lo que cada semana y en vacaciones estaba con nosotros.

Toda una tradición familiar
Así el tiempo pasó, Enrique mejoró notablemente y su monta era (y sigue siendo) en suma elegante; Camelín, por su parte, también montaba, pero nada más por salir al campo y pasar los días divirtiéndose. En tanto José Francisco cada vez se compenetraba más en la equitación y la conducta de los caballos; no fue de extrañar que estudiara Veterinaria y se dedicara a los caballos, en particular a la Doma Natural, de la cual siguiendo sus técnicas ha dado cursos y maneja los caballos con su propia firma, Espíritu Noble. Por eso en la actualidad es con quién más montamos Cameli (mi esposa) y yo.

Recuerdo uno de los versos más preciosos de don Delfín Sánchez Juárez, a quien tuve el honor de presentar en la clausura de aquella magnífica exposición sobre el arte y la Charrería, que se presentó en el Museo Franz Mayer en el año 2000, siendo una magnífica muestra representativa de todo lo anterior. Este poema he tenido el gusto de recitarlo a todos mis nietos, siendo la última vez que lo hice el pasado mes de marzo, durante el primer cumpleaños de mi nieta Merlina, y en una de sus estrofas dice:

Esa sangre es la mía, la heredada
(de mi padre), del padre de mi padre y de su abuelo.
Sencilla estirpe, que jamás manchada
supo mirar la vida sin recelo
y ahora comienza en ti nueva jornada.

Nuevas generaciones a caballo
Todos mis hijos se casaron: Enrique con Moni, son padres de tres chicos, a quienes considero mis grandes amigos: Enrique, Andrés y Daniel, los cuales también han heredado el gusto por la equitación y con los cuales he podido realizar varias cabalgatas y disfrutar su alegría al salir al campo montados a caballo.

Pero además hemos tenido el placer de estar en presentes en charreadas donde han participado mi hijo José Francisco y mi nieto Andrés, en el lienzo de Santa María Tecajete, cerca del rancho… y sobra decir que mi esposa y yo no cabíamos de orgullo.

Recuerdo también que en la primera cabalgata de la Federación Mexicana de Cabalgatas, realizada por las haciendas pulqueras del estado de Hidalgo en el año 2004, participó mi nieto Enrique con apenas seis años de edad, pues como bien dice el dicho: “Hijo de tigre, pintito”. Cabe mencionar que Daniel nos ha acompañado ya a varias cabalgatas, siendo la última la de las Barrancas de San Onofre.

Por su parte, Camelín se casó con Rodrigo y ahora viven fuera de México, en Barcelona, con sus tres hijos: Lucas, Martín y Pol, y cuando tenemos el gusto de tenerlos por tierras mexicanas no perdonan el ir al rancho y disfrutar de los caballos. Con mi nieto Lucas, tuve el gusto de asistir a la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre ubicada en la avenida Duque de Abrantes, en el Palacio Recreo de las Cadenas, en Jerez de la Frontera, y de verdad lo disfrutamos todos: Lucas, mi esposa, mi hijo José Francisco y yo.

Recuerdo que fue maravilloso haber estado con mi nieto, el mayor de mis tres guapos catalanes, en ese precioso lugar. Por supuesto, sobra decir que los tres han estado en el rancho y han montado.

Mi hijo José se casó con Nelly, con quien vive en Puebla y además es el que maneja el rancho. Ellos tienen dos pequeñas hijas, que son mis hermosos y grandes tesoros, la mayor de apenas un año siete meses de edad, y así como lo hizo su papa de pequeño, monta conmigo, lo que es para mí un gran orgullo y una satisfacción enorme. La más pequeña es Maia, de poco más de un mes, por eso aún no monta, pero ya lo hará… y espero ser yo quien tenga el honor de ser el primero con quien lo haga.

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Como hemos comentado con varios amigos que también comparten la afición por esta noble especie, en casa y en la familia se habla del caballo y de todo lo que lo rodea, y es así que antes de despedirme recuerdo otro de aquellos magníficos versos de don Delfín, “Que no se acabe esa raza”, compuesta el 26 de enero de 1975, a bordo del barco Puerto Vallarta, en el pasó por el Canal de Panamá, y que dice:

Pasan las generaciones
sin estridencias, sin cambios.
Mantienes sangre y arreos;
lo que cambia es el caballo
cada etapa más brioso,
más fuerte, mejor plantado.

Que no se acabe esa raza
de los hombres de a caballo
o que acabe yo primero
y no me toque a mí llorarlo.

He enviado para este artículo un sinfín de fotografías, con momentos que guardo en mi corazón y al verlos en mi mente los vivo de nuevo. Es momento de desear a todos unas felices fiestas en que agradeceremos por todo lo que el Señor nos ha dado. Nosotros además aprovecharemos este tiempo juntos para platicar de caballos y de cabalgatas, donde planearemos nuevos recorridos con mi esposa, hijos y nietos. ¡Muchas felicidades!

Enrique Guinchard y Sánchez
r_sanfrancisco@yahoo.com.mx
Enrique Guinchard Aldasoro
guinchard@yahoo.com.mx
José Francisco Guinchard Aldasoro
espiritunoble@gmail.com
Federación Mexicana de Cabalgatas
cabalgatasmexico.com.mx