Pocos personajes en el hipódromo han tenido la capacidad de obtener el Hándicap de Las Américas en tantas ocasiones.
El jinete, jockey o muñeco de seda, arriesga su vida a grandes velocidades, se gana la admiración o el odio de los espectadores, sale a poner lo mejor de sí y a conseguir el triunfo en cada arrancada con un estilo diferente, pero siempre con sensibilidad, reflejos, energía y sentido del paso. Añade las últimas gotas de impulso para que su compañero entregue también sus átomos finales de energía. La llegada regala, sin duda y sin poder evitarse, un final agrio para muchos y dulce para otros más.
De las pistan han surgido enormes estrellas del sillín que con sus actuaciones se han quedado en la memoria de los aficionados y plasmados en las páginas de la hípica mexicana. Por el Hipódromo de Las Américas ha participado una enorme cantidad, pero pocos no se olvidan. Sirvan pues estas páginas para desenpolvar los archivos y rescatar las proezas del chileno Alejandro Bravo, el hombre de los hándicaps.
Inicios del jockey chileno
Todos los deportes tienen un clásico que llena los recintos y que es esperado con ansiedad. El histórico Hándicap de Las Américas es la carrera para Pura Sangre que todos quieren ganar, pero pocos pueden hacerlo (y menos en varias ocasiones).
La afición al hipismo de Alejandro le llegó de su padre José Manuel, quien era muy afecto a las carreras. Familia de once hijos, cuatro de ellos jinetes, no fue de extrañar que comenzara a montar en el Hipódromo de Viña del Mar, probando suerte después en las pistas de Santiago.
A las Américas llegó a los 28 años, junto con su hermano José, allá por 1949, ya con experiencia de sobra y comenzó la leyenda. Realizó una trayectoria extensa y brillante, alzándose como líder de los jinetes en la campaña 1949-1950, y emuló en 1957-1958. Pero su máximo logro fue la conquista del Hándicap de Las Américas en seis ocasiones y en apenas 15 años, casi improbable de rebasar.
Su versatilidad era prodigiosa: cabalgaba con igual eficacia a punteros que a los que gustaba el cierre cardiaco. Fueron varias sus victorias en los cuatro y medio furlongs del Clásico del Charro, en la milla y media del Hándicap Copa de Oro. Se decía que tenía unas tenazas por manos para graduar o sostener con firmeza a ejemplares fieros. Tenía el sentido del paso.
Los cronistas le llamaron “Alejandro el Grande” en honor del conquistador macedonio, pues demostró ser uno de los mejores y más completos jinetes que han desfilado por la arena de Sotelo.
El seis inalcanzable
Siempre se ha dicho que no hay imposibles, pero en Las Américas y en los hándicaps parece que sí lo es. Moisés González pudo lograrlo, pero un accidente lo dejó fuera de las competencias. Rubén Escalona es el único jockey que continúa participando, pero con tres triunfos en el clásico de clásicos suena muy lejano. El seis, el seis es inalcanzable.
Con Tardado, el primero
Su primera victora fue con Tardado, el Chaparro de Oro de don Alfonso Vaca, primer caballo mexicano que se apropió de la competencia. En ese año alcanzó su máxima temporada al ser designado Caballo del Año. Cuando llegaba en punta a la curva final y cambiaba de mano se estiraba como chicle, dejando muchos cuerpos atrás a sus perseguidores, y las gradas retumbaban con clamor como respuesta a lo que los ídolos provocan.
Como estaba previsto, pasó en punta al saludar por primera vez a las tribunas. Alejandro lo contuvo hasta que llegó la curva final y entonces lo dejó libre, dejando explotara su velocidad mientras los aficionados hacían lo propio. El colorado aumentó su paso cada vez más para ampliarlo a cinco cuerpos de ventaja de su persiguidor más cercano.
Además fue el primer puntero en ganar un Hándicap de Las Américas, ya que habían triunfado cerradores como Step By, Gay Dalton y Siete Leguas, entre otros. Así comenzó la cuenta.
Y repitió la dosis…
En 1951 no montó a Tardado, y quizá lo agradeció porque Rancho El Refugio hizo todo lo posible por desaparecer al gran ídolo. Fue una lucha contra el caballo mexicano que aguantó estoicamente y mostró su valía, aunque los beneficiados fueron Bravo y Flying Disc.
Era un caballo noble, de gran alzada, quizá por ello no le gustaba arrancar rápido, pero tan pronto agarraba el paso era invencible; únicamente se le tenía que vigilar para que no atacara antes de tiempo. Aquella vez la batalla se corrió en un auténtico diluvio con la pista enlodada. Se adaptó bien en el terreno y superó a sus adversarios sin dificultad. No pudo repetir el siguiente año, pues se lastimó la mañana del Clásico de 1952.
Flotando a la victoria
En 1953 Alejandro se impuso con a un bello tordillo que nació para ser campeón. Flotando era de Cuadra Mesón del Pardo y lo preparaba César Namum, uno de los mejores. Era fuerte, con mucho temperamento y calidad, podía ganar en distancias cortas pero mejoraba con más arena.
Flotando y Bravo se enfrentaron contra Tardado y Luigi Francis, un ítalo norteamericano. La recta final fue de película, según contó Luis Viñals: al salir de la última curva Tardado iba adelante, pero no aguantaría la embestida de Flotando, entonces Francis le tiró un puñetazo a Bravo e intentó jalarle la mantilla de la silla de montar.
Francis no deseaba perder la competencia, por lo que intentaba defenderla con uñas y dientes, pero no pudo. Bravo supo sortear el momento de peligro gracias a su pericia, se separó del mañoso jinete y terminó ganando por cabeza. Días después hubo suspensiones para los jinetes que confundieron la pista de carreras con una arena de lucha, pero esa historia la dejaremos para otra publicación.
Por el cuarto
Scriptwriter fue uno de los mejores sprinters de Sotelo, por lo que cuando lo montó Bravo en 1955 y se fueron en punta, nunca tuvo una amenaza seria. Se llevaron la edición de principio a fin, dominando, poniendo el ritmo, humillando con ventaja considerable. El caballo, por sus cualidades, fue designado por los apostadores como el gran favorito, y respondió.
Siete años después…
Lea B es considerada una de las mejores yeguas que desfiló en el Hipódromo: había ganado el clásico de clásicos en 1959. Para 1960 Félix Pérez, su entrenador, cambió a Silvio Quintero y prefirió darle las riendas a Alejandro Bravo.
La corredora tenía velocidad y corría cerca del paso, por lo que en esa edición la abanderada de Cuadra Leo superó a Malibrán de Cuadra Xalpa. Lea B fue la reina de Las Américas por dos años.
El sexto y último
Alejandro logró ganar su último hándicap en 1963, en el eclipse de su carrera y fue con otro puntero, Stringtown Boy, de Cuadra Belmar. Fue una carrera formidable, una pelea de poder a poder con Baycho, que ya se había convertido en leyenda. Aunque dudaban de su capacidad en competencias largas, Stringtown Boy superó al favorito y logró la fama. Fue la última victoria de Bravo en el Hándicap de Las Américas; para entonces era todo un veterano y estaba cerca del retiro, su batalla perdida contra el peso era inevitable.
La estrella chilena del sillín
Como en cualquier ámbito deportivo, al final siempre hay un declive: Alejandro se retiró en 1969. Conquistó 41 clásicos, una formidable cosecha considerando que entonces el programa de stakes era reducido. Después fue superado por José Alférez, Miguel Fuentes, y ahora por Moisés González, José Ortega, entre otros.
De la primera competencia clasiquera en la que triunfó, el Hándicap Presidencial de 1949 con Mild Retort de Granja Santa Elena, hasta la última con Nancy Trouble de Alfredo Lozano en el Clásico Malinche en 1966, Alejandro Bravo se entregó siempre, dando lo mejor de sí, y apuntalando su carrera para ser una estrella del Hipódromo de Las Américas.
Juan Carlos Velázquez
Fotos: Archivo Hipódromo de Las Américas