Bernal Díaz del Castillo, fue uno de los soldados que acompañó a Hernán Cortés durante la Conquista de México a principios del siglo XVI y autor de Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, donde da cuenta de cómo se llevó a cabo dicha gesta por un puñado de hispanos y algunos caballos.
El mérito de estos animales durante la Conquista (no sólo de México sino de toda América), no fue poco; su importancia fue mayúscula, al grado de que Díaz del Castillo escribió: “… después de Dios debimos la victoria a los caballos…”.
Asimismo, narra en su magnífica obra que los que traían de Cuba (once caballos, cinco yeguas y un potrillo que nació en la travesía), fueron desembarcados muy cerca de la desembocadura del río Grijalva, en Tabasco, con el objetivo de entablar combate contra los indígenas. De acuerdo con lo escrito, los caballos ya en tierra firme se mostraban inseguros después de permanecer tantos días dentro de los navíos, es decir, todo el tiempo que había durado el viaje desde las Antillas hasta México. Esa fue la primera vez que este noble animal ya domesticado pisó suelo mexicano.
Señala que dicho arribo se dio un día antes de la Batalla de Centla, en la que trece corceles fueron montados para atacar a los naturales y tuvo que ser el 13 de marzo de 1519. Sin embargo, existe controversia sobre la fecha, ya que en otra parte de su narración y según sus propias palabras, el enfrentamiento en Centla se llevó a cabo “… el día de Nuestra Señora de marzo…” y con esta referencia no cabe otra posibilidad que fue el 25 de marzo, cuando se celebra a la Virgen de la Encarnación. (Díaz del Castillo redactó su libro varias décadas después de la Conquista, por lo que tal vez estaba confundido con las fechas).
Como quiera que sea, este marzo de 2019, se cumplen exactamente 500 años de la llegada del caballo a México, un acontecimiento de tal magnitud que cambió la historia del mundo.
La Noche Triste y el Salto de Alvarado
Poco más de dos años después de la llegada de la hueste de Cortés a México, la Gran Tenochtitlan, capital del imperio mexica y probablemente la ciudad más grande del mundo en aquella época, sucumbe ante el belicoso y violento ataque de los españoles: el 13 de agosto de 1521 es tomada por los conquistadores. No obstante, éstos también habían padecido graves percances a lo largo del tiempo que ocupó la sistemática invasión de aquel territorio y el más recordado incidente en el que estuvieron a punto de perecer fue la llamada Noche Triste (entre el 30 de junio y el 1 de julio de 1520), en la que ellos y sus aliados indígenas huyeron de la Gran Tenochtitlan tomando la calzada que unía a la urbe con Tacuba, siendo ferozmente acosados por sus habitantes.
Como la avenida cruzaba el lago que rodeaba a la capital mexica, de trecho en trecho estaba cortada para facilitar el paso de las canoas, y de ser necesario se colocaban unas vigas a manera de puente para que los transeúntes pudieran superar dichos cortes. Los mexicas, previendo la posible huida de sus enemigos, las retiraron para dificultar el paso de los conquistadores, estrategia que les dio muy buen resultado, pues hubo numerosas pérdidas entre los invasores: muchos murieron ahogados o aplastados, además de los que eran muertos por las armas, las piedras o los que eran capturados.
Pedro de Alvarado, conquistador célebre tanto por su gran galanura como por su enorme crueldad, era considerado muy buen jinete y junto con otro español quedó a cargo de la retaguardia durante la fuga de Tenochtitlan. Años después sería acusado de cobardía por abandonar a los hombres a su cargo para salvar su propia vida.
En uno de los cortes de la calzada y siendo atacados encarnizadamente por los enemigos, muchos de los que huían fueron muertos o heridos y sus cuerpos caían al canal siendo pisoteados y sirviendo de apoyo a los que venían detrás. Se dice que fue precisamente ahí donde Alvarado, dándose cuenta que no podía superar un trecho tan largo, tomó una lanza y espoleó brutalmente a su montura para que saltara, pero a pesar del gran salto, no llegó al otro lado de la avenida, cayendo entre los cuerpos de los caídos. Sin embargo, Alvarado logró clavar la lanza en el fangoso lecho del lago e impulsarse para llegar al borde del camino. Su caballo murió, pero le ayudó a salvar la vida.
Una versión contada por testigos oculares y mucho más verosímil dice que el animal había muerto por las muchas heridas recibidas y que cuando el conquistador llegó al corte de la calzada todavía quedaba puesta en su lugar una de las vigas que servían de puente y que él, haciendo gala de un gran equilibrio, pero no sin mucho apuro, pasó a lo largo del madero hasta llegar al otro lado y saltar a las ancas del corcel de Cristóbal Martín de Gamboa, encargado de los caballos de Cortés.
De cualquier forma, gracias a un caballo conservó la vida y al sitio en el que se dio este incidente aún se le conoce como Puente de Alvarado, en memoria de aquel peculiar “salto”.
Los españoles sobrevivientes, junto con sus aliados indígenas tuvieron un respiro al llegar a Popotla, ubicado muy cerca de Tacuba. Se dice que fue ahí, al pie de un ahuehuete, donde Cortés lloró amargamente al ver el desastre en el que se convirtió la retirada de su ejército. De ahí se desprende que aquel momento de desesperación de los conquistadores sea llamado la Noche Triste.
La leyenda de la Yegua del Oro
Antes de salir huyendo, durante la tarde y noche del 30 de junio, los hispanos prepararon de la mejor forma posible el traslado de la enorme cantidad de oro que habían reunido durante poco más de un año que habían permanecido en México. Cortés separó la cantidad que correspondía al rey de España y el resto fue repartido entre los soldados. Algunos llevaban tanto que iban demasiado lento por el peso y los que tuvieron la desgracia de caer al agua durante la desbandada se ahogaron, ya que con tanto oro se hundían hasta el fondo del lago.
Cortés precisaría más tarde que el oro del monarca español (en ese momento Carlos V) fue cargado en una yegua custodiada por gente de confianza. Varias personas fueron testigos de ello y del cuidado que se tuvo para asegurar el áureo tesoro en el lomo del animal: Alonso de Villanueva, Martín Vázquez, Andrés de Tapia (quien dijo que fue cargada con ocho cestas y ocho o diez cajas llenas de oro), Andrés de Duero, Andrés de Monjaraz, Velázquez de León, Alonso Pérez, Juan Díaz y Alonso de Escobar, quien quedó como responsable del caudal.
Con el caos de la huida, la última vez que fueron vistos la yegua del oro del rey y su encargado, fue esa noche en la calzada de Tacuba. Pedro Gutiérrez de Valdelomar dijo que había visto al animal, que iba por delante, pero que en el espantoso tumulto lo perdió de vista.
El recuerdo de aquella yegua cargada de oro, fue una constante obsesión para los habitantes de la Nueva España, convirtiéndose en un mito que se transmitiría de boca en boca por los dos siglos que siguieron. La posibilidad de encontrar el paradero de la legendaria bestia, garantizaba una ingente riqueza.
A pesar de que de vez en cuando algún trasnochador afirmaba haberse topado e incluso seguido a un corcel agobiado por una pesada carga, al paso del tiempo, poco a poco, se fue olvidando a la yegua que llevaba el tesoro del rey hispano y el día de hoy está casi olvidada.
No obstante, los pocos que aún conocen la leyenda, cuando andan por la calzada México-Tacuba, van muy atentos y con los ojos bien abiertos por si tienen la suerte de cruzarse con la fabulosa Yegua del Oro.
MVZ Luis Fernando De Juan Guzmán